Todos hemos escuchado decir a alguien “¿por tienen hijos si no los pueden mantener?”, como si la maternidad y la paternidad fueran un privilegio. Es cierto que reproducirse no es un derecho, pero comentarios como ese nacen de un profundo clasismo que se centra en que la población marginada va a crecer, los pobres van a aumentar y la delincuencia crecerá.

En las zonas pobres es común que ocurran embarazos no deseados, muchos de ellos de adolescentes porque la marginación viene acompañada de un sistema educativo mediocre y una sociedad repleta de desigualdad. Entonces, ¿los embarazos no deseados sólo ocurren en este tipo de comunidades? No, pero son los que no pueden ocultarse, porque no hay dinero para hacerlo.

La maternidad debe ser deseada siempre porque es un proceso que puede truncar la vida de una mujer, acarrear toda una serie de violencias sistemáticas y es potencialmente mortal, especialmente si la madre es demasiado joven.
La solución a todos estos problemas sería cambiar el sistema, pero las mujeres necesitan un remedio inmediato para proteger su integridad física, psicológica y económica.
El Estado debe garantizar que todas puedan acceder a una interrupción legal del embarazo, con atención médica pública y gratuita, porque tiene la obligación de legislar para que los derechos humanos sean respetados y cumplidos. Por lo tanto, no deberían intervenir agentes externos a la situación que rodea a las mujeres y las convierte en sujetos vulnerables de violencia sistemática.

“Los hijos son una bendición” dicen por ahí, lo cual debería ser cierto siempre, pero en una sociedad que permite que niñas se conviertan en madres, el embarazo no es más que un infierno.