En nuestra sociedad existe un círculo vicioso, que es la base de muchos problemas a los cuales nos enfrentamos, y que no no nos dejan avanzar como quisiéramos. La desigualdad, la pobreza y la discriminación, se encuentran unidos, evitando que muchos mexicanos logren superarse.
El problema se explica de forma muy sencilla: la discriminación genera pobreza; mientras que la misma pobreza genera discriminación.
De una u otra forma, todos hemos sido víctimas de un tipo de discriminación, en algún punto de la vida, aunque existen sectores de la población que no logran crecer personal y económicamente, debido a que la discriminación los margina y les quita oportunidades laborales.
México es un país en donde dicha discriminación es vista como algo normal, y trágicamente forma parte de nuestra cultura; esta sociedad está acostumbrada a criticar por cualquier cosa, ya sea por condición económica, edad, género, preferencias, etnia y color de piel.
Millones de personas se ven excluidas de múltiples derechos, oportunidades y servicios, debido a que, aquellos que cuentan con “poder”, no se les da la gana apoyarlos, debido a su apariencia física, origen o posibilidades económicas. Tristemente, dentro de la sociedad se habla más de problemas como la pobreza, los abusos y la desigualdad, cuando el origen de todo, es la misma discriminación.
En la Constitución se habla de que todos contamos con garantías, derechos y obligaciones individuales, los cuales nos dan la oportunidad de llevar una vida digna dentro del territorio nacional; aunque en muchos casos, esto no se respeta, provocando que ciertos sectores sociales se vean en desventaja y no tengan las opciones que disfruta el resto de la población.
Hay casos de niños que no pueden asistir a la escuela porque son indígenas, o que son discriminados dentro de muchas instituciones, por su origen; hay veces que en los hospitales públicos se niega la atención a aquellos que no cuentan con dinero para pagar mordidas o distintos servicios; hay mujeres y hombres que son acosados o despedidos en su trabajo, por sus raíces o por sus preferencias.
Los efectos de la discriminación conforman un pozo sin fondo para las víctimas, y para probar esto, contamos con diferentes datos:
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Dos de cada tres niños que no tienen la oportunidad de estudiar, son indígenas.
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Trabajadores agrícolas de origen indígena, ganan la mitad que uno no indígena.
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Las mujeres –en promedio– trabajan cerca de 11 horas diarias, pero reciben el pago por la mitad del tiempo.
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El 50% de las personas con discapacidad, mayores a 15 años, no saben leer ni escribir.
Todo esto es un reflejo de la sociedad mexicana y de la forma en la que estamos acostumbrados a hacer menos, a aquellos que cuentan con un origen o imagen, diferente al de nosotros.
Si realmente queremos crecer como sociedad, es necesario que dejemos de juzgar a los demás por su apariencia física, su lugar de nacimiento o el dinero que tienen guardado en el banco, solamente así lograremos sacar a México del gran hoyo en el que se encuentra.