El narcotráfico se ha convertido en un tema que realmente enchila a todos los mexicanos; simplemente, no podemos creer que tantas personas vayan por el mundo, enriqueciéndose ilícitamente, cometiendo múltiples delitos y arrebatando vidas humanas, sin recibir castigo alguno.
Lo peor de todo es, que la mayoría de nosotros hemos llegado a pensar –bueno, no sólo lo pensamos, es una realidad– que nuestro propio gobierno está coludido con los cárteles y con los capos de la droga.
Desgraciadamente, el narcotráfico se ha convertido en parte de la cultura mexicana, tanto así, que en algunos lugares –debido a que aportan gran parte de la economía de diversos pueblos– los mismos pobladores los defienden, ya que piensan que han hecho más por ellos, que el propio gobierno.
La llamada narco-cultura, se ve reflejada en muchas cosas, desde canciones, hasta patrocinios de equipos deportivos. Y ahora, los mexicanos lo vemos como algo normal, que forma parte de nuestra vida cotidiana.
La verdadera pregunta sería: ¿Quién es peor? ¿El narco o el gobierno?, o peor aún, ¿los malos somos nosotros, por permitir que este tipo de organizaciones dominen nuestro país?
Y aunque parece que el narcotráfico no tiene ni inicio ni fin, poco a poco nos hemos acostumbrado a escuchar sobre este tema, en todos lados, sin siquiera mortificarnos por ello. Ahora, es común escuchar que equis narcotraficante, vive rodeado de lujos y pasea por las calles de distintas poblaciones, sin pena ni gloria.
O por otro lado, escuchamos que los hijos y los familiares de dichos capos, se la pasan de lo mejor, derrochando y presumiendo todos los lujos que poseen y que son capaces de comprar.
Ya sean autos deportivos, animales exóticos, joyas, armas o grandes propiedades, la realidad es que la riqueza de los narcotraficantes es impactante; da coraje ver como gozan de todo esto de manera ilícita, aunque debemos de aceptar que, muchos de ellos, han hecho más por ayudar a distintas poblaciones en condiciones de pobreza extrema, que el gobierno de nuestro país, quienes también se enriquecen de manera ilícita, pero no comparten.
Así es como, en México, hemos llegado al punto en que confiamos más en los delincuentes que en los gobernantes, ya que ellos –por lo menos– han construido grandes imperios y han hecho crecer la infraestructura económica de distintos pueblos, mientras que el gobierno… Bueno, ¡del gobierno mejor ya ni hablamos!