¿Qué impide a los jóvenes trabajadores independizarse? Los retos de una generación estancada entre ideales viejos y Labubus 

Hace unos años, la idea de salir de casa a los veintitantos era casi un rito de paso común entre la adultez. Uno parecía que seguía una rutina simple, pero efectiva; se buscaba un empleo medianamente bien pagado, se alquilaba un departamento de medio pelo en la Roma y comenzábamos la vida de adulto promedio. Hoy la realidad es completamente diferente, entre guerras a la vuelta de la esquina al igual que un OXXO, sistemas económicos inestables como un mazapán; han obligado a muchos jóvenes trabajadores a que sigan viviendo con sus padres mientras intentan ajustar situaciones tan simples como una cuenta básica que no les cuadra en Excel, ni con calculadora científica. Tener trabajo ya no es garantía de independencia, y eso dice mucho del sistema actual.

El costo de la vivienda, es uno de los primeros muros con el que chocan muchos de nuestra generación, debido a su constante incremento, como si todos fuéramos influencers millonarios o herederos de apellidos compuestos y tierras en Polanco. Y es que en sitios como Ciudad de México o incluso del otro lado del mundo como Madrid, alquilar un mini departamento puede llevarse más del 50% o 70% del sueldo mensual de un joven promedio. Y eso, sin contar servicios y cuestiones como el transporte, vaya lo básico, para no vivir a base de atún enlatado o tacos con cisticercosis de 5×25. Comprar casa, por supuesto, ni soñarlo: la generación que escucha frases como “yo a tu edad ya tenía una hipoteca” se enfrenta a un mercado que les pide años de ahorro, 5 reencarnaciones y 3 pactos con el diablo a meses sin intereses en una estabilidad laboral que simplemente no es posible.

Y si hablamos de trabajo, el panorama tampoco es alentador. Muchos jóvenes, con títulos universitarios o maestrías incluso, saltan de contrato temporal a contrato temporal, cobrando sueldos que apenas dan para sobrevivir. “Flexibilidad”, le llaman. Pero la verdad es que la precariedad se ha disfrazado de modernidad, y a eso lo llaman “emprender” o “ser resiliente”. Mientras tanto, el sueldo mínimo sigue igual de mínimo, al igual que las oportunidades reales de ascenso laboral.

Por si fuera poco, a eso hay que sumarle las deudas, porque claro, estudiar también cuesta. Tarjetas, préstamos educativos y créditos personales se acumulan desde temprano, y cada quincena es un acto de circo para sobrevivir sin caer en números rojos. Ahorros, inversión, patrimonio… son conceptos casi teóricos para una generación que vive con lo justo y reza porque no suba la renta o no falle el celular.

Y lamentablemente, la cosa no acaba ahí, y a forma de cerecita pastelera, es la inestabilidad económica crónica. Pandemias, inflación, despidos masivos, IA que “te reemplaza” en nombre de la eficiencia. En ese contexto, muchos optan por quedarse con sus padres. No por comodidad, sino porque mudarse equivaldría a lanzarse de un avión sin paracaídas. Y cuando logran irse, a menudo regresan. No porque sean una suerte de “Edipitos” o tengan “Daddy issues”, sino porque el recibo de luz les pegó más fuerte que la nostalgia por el o la ex. 

Por supuesto, hay quienes intentan justificar esto con el clásico “es que ahora los jóvenes no quieren responsabilidades”, (como si no estuvieran haciendo malabares con tres trabajos freelance, deudas y ansiedad existencial). Otros culpan a la cultura: “En Latinoamérica es normal vivir con los padres”. Sí, claro, pero una cosa es convivir por elección, y otra es no poder pagar la renta porque el mercado cree que todos ganamos en dólares.

Las consecuencias son visibles; una generación que posterga todo: independizarse, formar una familia, comprarse algo más caro que un celular. Viven frustrados, endeudados y, en muchos casos, con la sensación de haber hecho “todo bien” sin obtener lo prometido. A nivel social, el impacto es enorme: menor consumo, menos movilidad habitacional, más dependencia prolongada.

En resumen, independizarse hoy no es un paso natural hacia la adultez, sino una proeza digna de admiración… o de herencia. Y aunque muchos lo intentan, el sistema parece diseñado para hacerlos fracasar. Porque en un mundo donde trabajar ya no basta para vivir, la verdadera independencia se ha convertido en un lujo. Y como todo lujo, está reservado para unos pocos.

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